Eutonía

Incidencia de la orientación en el espacio en los distintos aspectos de las personas ciegas

Aportes desde la Eutonía

Por Paulina Grossi - Eutonista diplomada

El tema de la orientación en el espacio me parece un punto clave para las personas ciegas, por la incidencia que éste tiene en los distintos aspectos de sus vidas. Cuando hablo de la orientación en el espacio, estoy refiriéndome a la posibilidad de orientarse en los distintos espacios donde van transcurriendo sus vidas, espacios que involucran también personas y objetos, para poder moverse libremente en ellos y desplegar allí las actividades que elijan. Como se ve, éste es un punto tan importante porque ser capaz de orientarse en el espacio no implica solamente la posibilidad de atravesar, de manera correcta, la distancia que hay entre dos paredes. Tiene que ver, sobre todo, con poder formar parte activa de la sociedad a la que se pertenece.

Hay además, al menos dos razones por las cuales este tema tiene tanta incidencia en la vida de las personas ciegas. La primera, y quizás la más obvia, es la relación recíproca que existe entre orientación espacial e integración social. Veamos un ejemplo en el plano de lo concreto. Basándome en mi propia experiencia como persona ciega, en observaciones hechas sobre otras personas y en el trabajo que yo misma he desarrollado con niños pequeños, diría que un niño qu se mueve en los distintos espacios donde transcurre su vida, lo menos posible, porque esto lo atemoriza, tiene muchas menos posibilidades de jugar con otros niños, que otro que desarrolla la capaciadad de moverse en el espacio con soltura. Al mismo tiempo, un niño que despliega junto a otros niños una vida social activa, tiene la posibilidad de habitar distintos tipos de espacio, familiarizarse con ellos y adquirir así más libertad en el movimiento. Asimismo, gracias a estas variantes, su percepción del mundo se vuelve más completa y compleja.

Justamente con este último aspecto tiene que ver la segunda razón de la que hablaba. Radica en la relación entre las oportunidades que la persona tenga, incluso desde que es un bebé, de recorrer y reconocer el espacio con sus objetos y personas y la posibilidad de ir formándose, a través del tiempo y de estos recorridos, un criterio de realidad lo más parecido que se pueda a la realidad que todos compartimos en tanto seres humanos o, para decirlo de otra manera, con la capacidad de “leer el mundo” con toda su complejidad, variedad, y variabilidad.

Veamos una vez más un ejemplo por la negativa. Un bebé al que no se le acercan los objetos que no puede tomar con sus manos, a quien no se le permite explorar el espacio por su cuenta cuando es capaz de desplazarse (sobre todo por temor de los adultos) va construyéndose una idea muy fragmentaria y equívoca del mundo. Su mapa, su visión del mundo, consistirá, por ejemplo, en la superficie plana de la cuna, el cuerpo contenedor de los adultos, y unos pocos contactos casuales, seguramente no elegidos. Además, su curiosidad para explorar se mantendrá adormecida. Como hemos dicho ya, ocurre todo lo contrario con un niño al que se le ofrecen las alternativas de explorar desde muy temprano.

A partir del recorrido hecho hasta aquí, podemos concluir en que las personas ciegas son perfectamente capaces de habitar los distintos espacios en los que transcurren sus vidas y de “leer el mundo” en toda su complejidad, pero necesitan para ello como primeros recursos de unos padres facilitadores y de un cuerpo disponible apto para el movimiento con sus sentidos bien despiertos. Dicho de otra manera, necesitan poder habitar su cuerpo, para poder, desde allí, habitar el espacio.

Su cuerpo no debe ser, ni para ellos ni para los demás, una zona oscura. Si hago este señalamiento es porque a menudo he visto, y alguna vez lo he experiementado en mí misma, niños adultos ciegos con cuerpos encorvados y miradas bajas, rígidos, poco dados a la movilidad. Considero que esto no tiene que ver con la ceguera en sí misma, sino con la creencia errónea de que la falta de visión bloquea los otros sentidos y la mayoría de las funciones del cuerpo. Esto de ninguna manera debe ser así. Las personas ciegas tienen los medios y el derecho de aprovechar las posibilidades que sus cuerpos les ofrecen, de gozar de su cuerpo con plenitud y de poder compartir ese goce con los otros.

Por otra parte, el cuerpo es, de algún modo, la evidencia de la dificultad (una persona que habla por teléfono con otra, puede no darse cuenta de que ésta es ciega). Entonces, ¿por qué no buscar allí mismo, en el cuerpo, las soluciones a ciertos problemas que la ceguera trae aparejados?

La Eutonía tiene mucho que aportar a este respecto. Se trata de un método de trabajo corporal, basado en el movimiento consciente, creado por Gerda Alexander en Dinamarca en 1957. Se propone la regulación del tono muscular de todo el cuerpo, con el fin de que se adapte a las distintas actividades y circunstancias de la vida de las personas. Como se ve, la Eutonía no busca trabajar el cuerpo aisladamente, sino en directa relación con el espacio, los objetos y las otras personas. En su pedagogía, figuran como puntos importantes la autonomía, la posibilidad de escucharse (desde el propio cuerpo) y escuchar al otro, el respeto hacia el tiempo de cada uno para desarrollar cada acción. Es por todo esto que la Eutonía resulta de mucha utilidad aquí.

Como eutonista, he podido desarrollar un método a través del cual trabajar en la orientación en el espacio y otros problemas que la ceguera trae aparejados con niños pequeños. Antes, siendo alumna de la formación de Eutonía, empecé a sentir las primeras modificaciones en mí, justamente con respecto a este tema del espacio. Para ser más precisa, gracias al recorrido y reconocimiento de los espacios internos de mi cuerpo, reformulé la noción que tenía del espacio circundante. Vaya este escrito como muestra de los beneficios de la Eutonía en la vida de una persona ciega.

REFORMULACION DE LA NOCION DE ESPACIO

Antes el espacio se me representaba como algo vacío cuya función era la de separar cosas. Era la distancia sin referencias que tenía que recorrer para llegar de una pared a otra. Ahora creo que el espacio no necesariamente tiene que estar vacío y, si bien no puedo negar que el espacio separa, creo que es lícito decir que, en algunos casos, el espacio facilita la comunicación (entre dos personas o entre dos cosas) contribuyendo a la integración o a la unión de las mismas; unión que en modo alguno es lo mismo que fusión.

Estas ideas surgieron en mí a partir del conocimiento -o, mejor dicho, de las vivencias en relación al espacio transicional (1) y al espacio interno del cuerpo. En el espacio transicional se alojan fragmentos de la realidad psíquica interna y de la realidad externa o compartida, por lo tanto no está vacío. Y, precisamente, por estar en estrecho contacto con las dos realidades, y por integrar en sí fragmentos de ambas, actúa como un puente, como una vía de comunicación entre ellas; esto permite que estén separadas y unidas al mismo tiempo.

El espacio interno aloja a la mayoría de nuestros órganos y la percepción del mismo puede llevarnos a alcanzar una conciencia más integral de nuestro cuerpo; éste es, pues, otro espacio que ni está vacío, ni sirve sólo como medio de separación.

A partir de este descubrimiento, empecé a encontrar otros espacios en los que, de distintas maneras, estas condiciones pueden darse.

El espacio entre dos personas que existe o es necesario que exista para que no se ahoguen, para que puedan establecer, con su ayuda, una buena relación. Este espacio, cuando existe, une y comunica porque en él se proyectan cosas de ambos y en su calidad y dimensiones se refleja el tipo de relación.

El espacio que existe en el mejor de los casos entre lo que uno habla y el otro le contesta -el silencio- no es vacío e inconsistente como en general se piensa. Contiene el impulso del que habló, que no necesariamente termina con la palabra, y las impresiones del que escuchó. Este espacio es también necesario para que el que habló pueda terminar de proyectar su idea y el que escuchó pueda recibirla realmente. Precisamente por alojar esta carga, el silencio comunica cuando es verdadero tanto o más que las palabras.

Está también el espacio entre quien escribe algo y quien lo lee. Allí se alojan las expectativas, las críticas y la fantasía de uno y otro. Y es a través de este espacio recreado, que estas dos personas que tal vez nunca se vieron lleguen en parte a conocerse.

Por último, está el espacio entre los muebles, indispensable para que podamos movernos con comodidad. Este espacio, que decimos que está vacío simplemente porque no vemos nada en él, contiene cosas que no se ven, pero que no por ello dejan de existir y de frenarlo: cosas como el aire, el sonido, los perfumes.

Llegada a este punto, situada ante un espacio que nunca está vacío, que separa pero no aísla, que une y comunica, observo que los espacios que nombré y los que no nombré precisamente por razones de espacio, están achicados, minimizados, y de algún modo olvidados. Falta espacio adentro y afuera, y creo que llegó el momento de dárnoslo permitiendo que cada uno tome el suyo. La revalorización, el establecimiento y la preservación, aunque sea momentánea, de algunos de estos espacios, pueden generar en muchos casos sensaciones de plenitud, de presencia, de continuidad y contigüidad, profundizando así el sentimiento de vitalidad.

(1) Winnicott. Realidad y juego.

PAULINA GROSSI
Eutonista diplomada en la Primera Escuela de Eutonía en Latinoamérica, fundada y dirigida por la Dra. Berta Vishnivetz

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